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Marcelo Peyret en AlbaLearning

Marcelo Peyret

"Cartas de amor"

Carta 37

Biografía y Obra

 
 
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Música: Albeniz - España Op. 165, no. 2 "Tango"
 

Carta 37

De Ramiro Varela a Celia Gamboa

OBRAS DEL AUTOR
Cartas de amor (82)
Cartas

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"Camino sin hogar y sin abrigo 
el cansancio sin fin de la jornada, 
mis ansias de amistad sin un amigo 
y mis sueños de amor sin una amada".

F. V.

Nunca creí que el mundo, sin ti, me pareciera tan vacío.

Las calles llenas de gentes, están despobladas desde que sé que ya no podré hallarte en ellas, como antes, ansioso del encuentro que la casualidad pudiera brindarnos.

Los árboles desnudos, con sus ramas huérfanas de verdor, parécenme esqueletos de seres que fueron, abandonados por la impiedad de los vivos. La luz del mediodía ofende la vista, que clama la misericordia de una nube que empañe el sol, insolente en sus fulgores.

Los hombres apresurados, corriendo tras los negocios o los placeres, son pobres idiotas que no saben que todo es mentira, que todo es engaño, que nada en el mundo vale una pena, que nada justifica un esfuerzo.

Aquí, pasa uno, de prisa porque tiene que ganar el pan para su mujer y sus hijos. Es un tonto y un criminal: un tonto porque no se deja morir de hambre, en la felicidad indefinible de no hacer nada, de cerrar los ojos, de dejar que la vida corra, sin preocuparse en retenerla en su cuerpo miserable. Y es un criminal porque conociendo a la vida cometió el crimen injustificable de arrojar en su seno de cortesana maldita un nuevo ser.

Los hombres que tienen hijos debieran ser condenados por Dios a vivir indefiniblemente. Así agregarían a su propio dolor el dolor de conocer cuánto sufre su descendencia.

Luego pasa una pareja de enamorados. ¡Qué tontos que son! Van mecidos por la ilusión de una dicha inalcanzable: la de la prolongación eterna del instante que están viviendo. Y no saben que los aguarda el hastío, la traición y el cansancio en el primer recodo del camino, con las garras de la realidad, venenosas y crueles, prontas para asesinar la dulzura de sus sueños, y destrozar para siempre la ingenuidad de sus juramentos.

Y sigue el desfile . . Pasan mujeres tan llenas de perfidia como hombres rebosantes de infantiles credulidades y continúa la caravana; pasa la farsa, la mentira, el engaño, la falsía, la canalla ... y la calle me parece vacía, solitaria, lóbrega, porque en ella no voy a encontrarte, porque tú ya no estás, cómo me parecen estúpidas las parejas de enamorados desde que nosotros no formamos una, y un crimen tener hijos, perdida la esperanza de que sean nuestros, y una majadería el trabajo, puesto que ya no podré ofrendarte sus frutos, muertos los árboles que ya nunca nos brindarán el abrigo de sus frondas, torturante la luz que ya no ha de iluminar nuestro idilio, sin perfume y color las flores que no podré ofrecerte, mudos los pájaros, turbias las aguas, frías las brisas, largas las horas. . .

Y todo está como antes. Yo sólo cambié, al caer desde la altura de mi ilusión. Mi pesimismo empaña de tristeza y llena de sombras todo aquello que antes parecíame hermoso y alegre.

Pájaro herido en pleno vuelo, la caída es tanto más dolorosa cuanto más me había remontado.

iQué desgano que siento por la vida! Es una indiferencia absoluta, total, definitiva.

Ya no podré amar. Sé que hay otras mujeres y que puedo cruzarme con ellas en la vida; pero me será imposible amarlas como te amé a ti, con la ilusión, con la ingenuidad, con el espontáneo abandono que puse en el amor que te tuve, en el amor que te tengo. A ti te amaba sin jamás haber pensado en ese amor, sin haber nunca analizado mi cariño. Te amaba porque sí, sin cuidarme de estudiar tu afecto, de investigar la impresión que te causaba, sin poner ni un poquito de cerebro en nuestras relaciones. En una infinita confianza, una seguridad de que contigo era un crimen no mostrarme como era, con mis defectos, mis fallas, en una completa desnudez moral. Por eso cuando te deseaba te lo decía. A tu lado pensaba en voz alta, tan ligado me sentía a ti, tan identificado contigo.

Luego ... En fin, no volvamos a los amargos reproches de nuestra última entrevista. Ya no nos veremos más. Tú lo quieres, tú lo exiges porque nunca has sabido quererme. Me guardas rencores que tu cariño, si existiera, borraría en seguida, como olvidaría los agravios que te alejan de mí. Pero no quiero rogarte más de lo que te rogué.

El destino no quiere que continuemos juntos y vamos a separarnos para siempre.

Que seas feliz. Que la felicidad que yo no supe o no pude darte, la encuentres en los brazos de otro. Ojalá eso fuera posible; pero no será.

Ya nunca te sentirás besada como te besé yo, y es que nunca, nadie pondrá tanto fuego y tanto cariño como yo puse. Nunca volverás a sentirte amada como te amé yo, porque Dios cuando ha hecho un amor como el mío, se siente agotado y pasa mucho tiempo antes que piense en encender otro.

Ya nunca volverás a enmudecer de emoción, como enmudecías cuando yo te hablaba, porque nadie sabrá acariciarte nunca los oídos con más dulzura, con más suavidad que yo.

Ya nunca la rosada seda de tu epidermis, de nacarados reflejos y nerviosos estremecimientos, sentirá la caricia de una mano, que como la mía, parecía tener en cada poro una boca para besarte.

Ya nunca sentirás la loca embriaguez de tus abandonos, el abismo insondable de la tentación abriéndose bajo tus pies, como cuando estabas a mi lado, los labios y los cuerpos juntos sintiendo el inevitable vértigo que atrae, que parece empujar la voluntad hacia el pecado, hasta que se desmorona vencida, como un peñasco por la ladera de la montaña.

Y es que nunca, nunca, volverás a ser querida como yo te quise.

Ahora gozarás otros cariños, más tranquilos, más sensatos, menos peligrosos, pero insípidos, desabridos, que no podrán satisfacerte como te satisfizo el mío. Ahora estás condenada a ser la esposa de otro, pero siempre te estará prohibido ser la amante; como lo hubieras sido mía.

Tú me abandonas y el amor ha de vengarme arrojándote de su templo, en cuyos altares jamás volverá a oficiarse una misa para ti.

Me has pedido tus cartas y yo te las envío. Te las envío reservándome tan sólo tres cosas, si es que tú no deseas también privarme de ellas.

Una carta, una cinta y un retrato; es decir, un triple símbolo: el de la trinidad de tu espíritu, de tu carne y de tu recuerdo.

Una carta. . . en ella veo yo a todas tus cartas juntas. Y en todas tus cartas está tu espíritu, ese espíritu que yo tanto quise, esa almita que tanta ilusión me sembró en mi vida, que tanta dulce mentira dejó caer, misericordiosamente, como una lluvia de pétalos rosados y olorosos, sobre mi amargura de incomprendido, sobre mi dolor de condenado.

Tu espíritu; ingenuo, bueno, piadoso; todo en él me satisfacía, hasta sus caprichos, hasta sus veleidades, sus contradicciones, sus faltas de lógica, que al fin y al cabo no eran más que matices que hacíanlo más adorables.

Una cinta. . . ¿recuerdas? Una tarde la arrancaste de tu corpiño y me la diste. Aun huele a ti, a tus intimidades. . . En ella . . . pero no hablemos de esas cosas que ahora te disgustan, quizá porque no sabes que con ellas me engañé; que ni tu espíritu es como yo lo he visto, ni esa cinta simboliza nada, ni ese retrato debe albergar ningún recuerdo.

Es posible que tengas razón, que yo no te haya conocido, y que todo lo que en ti veía no sea más que el resultado del deseo que tenía de verlo. No importa; no quiero desengañarme y prefiero seguir pensando que en realidad existió todo lo que mi fantasía pudo haber creado.

Ahora que no voy a verte más, no será posible un desmentido y yo seguiré viviendo de tu recuerdo tal como se estereotipó en mi corazón. Porque, a pesar de tu abandono, yo nunca te perderé del todo. Continuarás viviendo en mi interior, pues me siento atado a ti para toda la eternidad.

Verás, divina, que cuando yo muera, nunca concluiré de morir del todo en tu recuerdo, y aunque quieras olvidarme, aunque otros amores hayan substituido al mío, aunque otros labios te besen en el sitio donde anidaban otrora mis besos, aunque otras ternuras te arrullen como te arrullaba yo, aunque otras caricias pretendan hacerte olvidar las mías, y aunque toda tu voluntad quiera olvidarme, en las noches frías de invierno, cuando la lluvia golpee los cristales de tu ventana o cuando una pena ponga una tristeza en tu corazón, entonces mi espíritu renovará en tu memoria, rondando en torno tuyo como una mariposa, todas las sensaciones gustadas este invierno, que para mi dicha, que para nuestra dicha, divina, ha sido una florida primavera.

Ramiro.

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