Crónica

El jugador del pueblo


Pulga Rodríguez, patrimonio nacional

El domingo en la casa de Los Rodríguez, en Simoca, hubo fiesta: Luis Miguel, el Pulga, llevó a Colón de Santa Fe a la conquista de su primer título en 116 años de historia. El chico que debutó a los 14 en un club del pueblo, que cobraba 400 pesos mensuales para jugar en la liga regional, se convirtió en el jugador más amado del fútbol argentino. El Dios de los goles lindos, que ya no es de ningún equipo porque “pasó a ser de todos”, define Ezequiel Fernández Moores en este perfil.

Luis Miguel Rodríguez nació poco antes de que se cumplieran las primeras seis horas de 1985, año de Argentinos Juniors campeón de la Libertadores y del “Nunca Más”, el juicio histórico a las Juntas Militares. “Nació en esta misma casa entre las cinco y las seis de la mañana del 1 de enero de 1985”, precisa Beatriz Ardiles, Bety, desde Simoca, con fondo de canto de gallos. “Tres kilos ochocientos”, anunció Pocholo -Pedro Rubén Rodríguez, el padre, ya fallecido-. “Lo pesó en esa balanza que antes era la balanza de pesar los pollos”, cuenta Bety y suelta la risotada. Unos meses antes, un Luis Miguel de apenas 13 años ya había almorzado con Mirtha Legrand y ofrecido sus primeros shows en San Miguel de Tucumán. Pero el artista mexicano no tuvo nada que ver con el nombre del sexto de los nueve hijos (una niñita murió). Le pusieron “Luis” en homenaje a Hugo Luis, hermano más chico de Pocholo. Y “Miguel” por Miguel Angel, hermano de Bety. “No fue por el cantante, sino por la familia”, cuenta Bety. La familia, claro, son Los Rodríguez de Simoca, municipio de ocho mil habitantes en el sureste de Tucumán, fundado como “villa” en 1859 y a 52 kilómetros de la capital San Miguel. El Andrés Calamaro de Los Rodríguez de Simoca sería Pulga. O Pulguita. O Miguel, como todavía le dicen en Simoca. Como sea, Luis Miguel Rodríguez (1,67m y 71 kilos), es la mejor alegría que ha tenido el fútbol argentino en tiempos difíciles de pandemia.

Si Luis Miguel no se debe al cantante, Pulga tampoco es por Messi. Pulga, en rigor, le dicen a Walter, hermano mayor que dio su apodo a Pulguita. Walter, 44 años, nueve hijos, tres nietos, debutó a los trece años en Alto Verde (el club que está pegado a la casa de los Rodríguez), fue temperamental volante derecho en Atlético Tucumán y, ya retirado, funcionario en el gobierno peronista de Simoca. 

Walter fue clave cuando Luis Miguel, frustrado por tanto desamparo, quiso dejar el fútbol y se fue a trabajar con papá Pocholo, albañil y pintor. Pulguita era uno de los mejores en las canchas que el Inter de Italia financiaba en la vecina Monteros, en el monte tucumano, área cañera de la provincia. Esos clubes son complejos que poderosos equipos europeos apoyan en el Tercer Mundo no solo por mera filantropía, sino también para captar a un Maradona o a un Messi a precio cero. Pulguita tenía catorce años y ya había debutado en la Primera de Unión Simoca, el otro club de su ciudad. Fue uno de los cuatro pibes seleccionados por el representante José Ismail para una prueba en Italia. Era el Inter del magnate petrolero Massimo Moratti, de Ronaldo y Roberto Baggio. Maradona ya nos había enseñado que el “calcio” era en esos años la meca del fútbol. “Pulguita” viajó varias veces. Cuenta que pasó inclusive un día en la casa de Javier Zanetti, “il Capitano”, mito argentino en el Inter, hoy vicepresidente del club que ahora está en manos chinas. Cosas del fútbol globalizado.

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En uno de esos viajes, Pulguita casi recala en Real Madrid (“Ismail dijo que no porque si se enteraban en Inter nos mataban”). En otro -ya cerradas las puertas del club italiano “por las cagadas del representante”- terminó perdido, sin dinero, vivienda, pasaporte ni idioma, en un Mcdonald's de la estación de tren de Bucarest, con oferta supuesta para jugar en el Craiova rumano a cambio de 500 dólares mensuales. Otra vez sopa. Europa quedó como eterna “cuenta pendiente”

La vuelta fue difícil. “Lo primero que le dije a mi vieja fue que nunca más me iba a ir de Tucumán”, contó alguna vez Miguel, como le dice “Bety”, descripta a su vez en Simoca como “la mejor cocinera de guiso de pollo en el mundo”. Miguel pasó a trabajar con Pocholo y a jugar hasta tres partidos por fin de semana a cambio de setenta pesos. En 2004 volvió a dejar Tucumán. Lo fichó Racing de Córdoba, que jugaba el Torneo Argentino A. Racing ascendió al Nacional B, pero Pulguita jugó poco y decidió volver nuevamente a Simoca, una ciudad fundada en 1859 y cuyo nombre, según algunos historiadores, proviene del quichua “shim mu kay”, que significa “lugar de paz y silencio” o “lugar de gente tranquila y silenciosa”. 

Por segunda vez, Pulguita pensó en dejar el fútbol. Walter, su hermano mayor, logró que Ismail cediera su condición de dueño del pase de Luis Miguel. Ya dijimos que Pulga es un hombre de temperamento. 

 De vuelta en Tucumán, en 2005, Pulguita jugaba otra vez en Unión Simoca, bien cerquita de la misma casa en la que había nacido veinte años antes, después de que Bety pasó dos días enferma y haciendo trabajo de parto. Es la misma casa desde la que Bety respondió los mensajes para esta nota. “Barrio Antonio García 24 vivienda. Esquina República Argentina. Pasaje Carlos Gardel. Número de casa 706. Simoca”. La misma casa en la que hubo fiesta el último viernes, después de que Pulga llevó a Colón de Santa Fe a la conquista de su primer título de Primera División en 116 años de historia. 

Era la final de la Copa de Liga contra Racing. La TV de pago (el “Pack fútbol” de Fox y TNT) anunció todo el día el partido. Pero se pasaron la previa comentando el anuncio de retiro de Carlos Tevez. Que su pelea con Juan Román Riquelme, que Boca lo trató mal, que pobre Carlitos “el jugador del pueblo” y que etcétera, etcétera. Fueron cerca de siete horas de etcéteras. El partido se acercaba y la imagen se trasladaba al estadio Centenario de San Juan, escenario de la final. Pero aún dentro del campo de juego todos seguían hablando de Tevez. El Pollo Vignolo, Gustavo López, el Bichi Fuertes. Todos. Faltaba apenas media hora para que comenzara el partido y Tevez seguía en pantalla. Su conferencia de prensa terminó apenas cinco minutos antes de que empezara la final. Chau Carlitos, hola Pulga. Jugador del pueblo. 

Contábamos que en 2005 Luis Miguel Rodríguez jugaba otra vez con Unión Simoca. El duelo esa tarde era contra Azucarera Argentina por la Primera B de la Liga Tucumana. Anotó doce goles en el primer tiempo, que terminó 16-0. Podrían haber sido muchos más, pero no hubo segunda etapa. Los árbitros no cobraron sus honorarios correspondientes y se negaron a seguir. Rodríguez tenía 20 años. Enterado de los doce goles, el periodista Walter Saavedra buscó al jugador récord. Lapsus geográfico incluido, es notable el hallazgo en el tramo final de la entrevista.

—¿Hincha de qué equipo? —pregunta Saavedra.

 —¿De Tucumán o de la Argentina? —inquiere “Pulga”.

—De Tucumán —precisa el periodista. 

—De Tucumán, de San Martín —responde “Pulga”.

—¿Y de Buenos Aires? —pregunta Saavedra.

—De Boca.

Es un hallazgo, porque Pulga (para esta parte hay que decirle Pulga) es el segundo goleador e ídolo máximo de Atlético Tucumán, rival eterno de San Martín, los dos grandes del fútbol tucumano. ¿Acaso no dicen que Ricardo Bochini era de Racing cuando era pibe? ¿Y Maradona no era de Independiente? En rigor, Pulga desde hace tiempo que no es ni de Unión Simoca o Alto Verde, ni de Atlético o San Martín. Ni Colón ni Boca (al que estuvo cerca de llegar en 2009). Luis Miguel “Pulga” Rodríguez pasó a ser de todos. Patrimonio nacional, como le cantaban a Diego cuando no queríamos que se fuera a Europa. 

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 ¿Quién, excepto los hinchas de Racing, por supuesto, no quería que Colón y “Pulga” celebraran el viernes pasado? ¿Quién no se alegró con su fútbol desenfadado? ¿Cómo no sentirse algo representado con ese jugador petiso, sin los pectorales de Cristiano Ronaldo, nuestro PR7 algo lento y sonrisa de potrero?  

Le pido a César Carignano, ex Colón entre tantos clubes, hoy periodista y escritor, que me defina al crack. "Pulga –me escribe- es una reivindicación en sí misma. Reivindica el potrero, la gambeta, el engaño y el disfrute”. Carignano dice que “Pulga” reivindica qué es la velocidad en el fútbol y qué es jugar en estos tiempos más atléticos. “Pulga es poesía pura”, afirma Carignano en audio.

El colega Leo Noli escribió tiempo atrás en La Gaceta de Tucumán la historia de “El Mudo” Abelardo. El abuelo materno -al que Pulga no conoció- era goleador temible, demasiado jodón para llegar a crack y muy peronista. En plena Revolución Libertadora gritaba su “¡Viva Perón!” cuando cerraban los bailes “y salía disparando”. Papá Pochola le dijo alguna vez a Pulguita que acaso su talento para el fútbol lo heredó de “El Mudo”.

 

En 2005, el hermano Walter ubicó a Pulguita en el equipo de UTA (Unión de Transportes Argentinos), torneo regional, por 400 pesos mensuales. El nombre y los golazos comenzaron a circular y el ex jugador Jorge Solari se lo llevó en 2005 para Atlético Tucumán. En la temporada 2007/08 el Atlético del “Indio” Solari fue “una maquinita” en el Torneo Argentino A. “Un equipo champán”, lo definió una vez el propio Solari. Allí fue donde Pulguita comenzó a festejar goles levantándose la camiseta y mostrando la leyenda “I love Simoca”

Logrado el ascenso, Atlético siguió bien en el Nacional B. Pulguita anotó 23 goles y, una tarde de 2009, Diego Maradona lo convocó a la selección para un amistoso ante Ghana en Córdoba. La noticia se la dio Carlos “Bolilla” Oardi, uno de sus periodistas más amigos. Pulguita paró el auto. Le temblaban las piernas. 

En Buenos Aires tuvo que pedir ayuda para llegar al predio de la AFA en Ezeiza. “¿Qué hacés Pulga, cómo andás? ¿Todo bien?”, le preguntó Diego en la primera práctica. (“Y yo no podía conjugar dos palabras”). Jugó algo más de media hora contra Ghana. Argentina, con jugadores del medio local, ganó 2-0 con goles de Martín Palermo. Hoy se arrepiente de no tener una foto propia con Diego. Apenas una de una práctica: Diego da indicaciones y él lleva la pelota. Hizo un cuadro con esa foto. 

En la final del último viernes, tras la victoria 3-0 ante Racing, “Pulga” recordó a su compañero Facundo Farías (18 años, podría ser su hijo) que fue baja por Covid, citó como ejemplo a otro club chico (Defensa y Justicia) y lució gorro del Diego. “Lloró mucho con su muerte”, me cuenta Oardi. Diego vivía tirando caños, como Pulga le tiraba a los árbitros antes de los partidos. Hasta que empezaron a cerrarle las piernas.

Newell’s Old Boys (2009-10) fue el nuevo desafío fuera del terruño. Pero se recuerda un golazo a Boca y no mucho más. Hubo que volver a Tucumán. Y los años que ayudan a crecer. En el “Decano” (Atlético Tucumán) su fútbol  lo encontró ya más maduro, dentro y fuera de la cancha. “El fútbol –le dijo una vez a El Gráfico- me sacó todos los vicios”. Por eso superó una nueva caída cuando en 2011 se rompió los ligamentos de la rodilla derecha y estuvo seis meses parado. Ayudó que Walter lo sacó de un momento depresivo llevándolo a Simoca para recuperar vida. 

En 2014 anotó un golazo de media cancha a Independiente, en 2015 fue campeón del Nacional B y en 2017 finalista de la Copa Argentina. Fue suplente en un partido histórico del Atlético que dirigía Pablo Lavallén, cuando se clasificó a la Copa Libertadores llegando al estadio de Quito sobre la hora y con camisetas prestadas de una selección juvenil argentina que tramitó el entonces embajador en Ecuador Luis Juez.

En junio de 2017, el arribo del DT Ricardo “Ruso” Zielinski favoreció su mejor momento. El suyo y el del Decano, que jugó la final de la Copa Argentina contra River y llegó a ubicarse entre los ocho mejores de la región (cuartos de final de la Libertadores). El estadio fue una fiesta el día de su gol número cien (los hinchas tiraron cien pelotas desde las tribunas). Pulguita era Gardel. Pero a comienzos de 2019, inesperadamente, se fue otra vez de Tucumán. El jugador negó siempre que su partida se haya debido al declive político del ex gobernador José Alperovich, que supuestamente aportaba dinero para retenerlo. Y que había dejado de hacerlo una vez que perdió con Juan Manzur, gobernador actual, una puja interna que afectó a Atlético, porque fútbol y política, sabemos, han ido históricamente de la mano.   

Un año antes, fines de 2018, Pulguita había hecho pública su afiliación al peronismo junto con su compañero y amigo de Atlético Guillermo “Bebe” Acosta y hasta circularon rumores de que se presentaría como candidato en las elecciones de 2019, pasacalles incluídos. El jugador participó de actos, donaciones y fotos. Pero, dicen los que más lo conocen, siempre buscó que todo (visitas a hospitales, sillas ortopédicas, bicicletas en el Día del Niño, vestirse de Papa Noel, partidos benéficos) estuviese vinculado con ayudas a Simoca, donde Walter (“Pulga”) fue funcionario, su hermana Karina ahora es legisladora y Pulguita mantiene su residencia. 

“Increíble que te dejes usar, Pulga”, leo en uno de los foros de la prensa tucumana. “A ver si entendés –replica otro- El Pulga es peronista”. Basuras al margen, algunos foros me llevan a pensar que, si “Pulga” hubiese fracasado como jugador, desde algunos sectores lo habrían masacrado por su acercamiento a la política. Al peronismo. Como sea, apareció Colón de Santa Fe. Más dinero y el desafío, a los 34 años, casado con Paula (su mujer de toda la vida) y con dos hijos, de abandonar la zona de confort y probarle al fútbol argentino que los cracks no siempre tienen que jugar precisamente en Boca o River. 

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“Siempre es igual –me dice el Ruso Zielinski-, podés haber sido siempre un crack, pero en Buenos Aires, si sos del Interior, te ‘descubren’ solo después de una buena campaña como esta de Colón. Está el preconcepto del vago, de que el habilidoso no corre, pero Pulga fue siempre un profesional cien por ciento. Primero en todos los entrenamientos. Capitán. Con sacrificio para el equipo y que hace tácticamente lo que le pedís. Un diferente, que te deja con la boca abierta en los entrenamientos, pero además vivo, inteligente. Y un tipo bárbaro, y muy comprometido con su sociedad”.

Le prenunto a Zielinski (actualmente en Estudiantes de La Plata) si acaso hablaban de política con “Pulga”. “De política no, pero sí de cien mil cosas, de todo lo que puedan hablar dos tipos que se aprecian y de buena relación…¿Conocés Simoca?”, me pregunta el Ruso. Porque me dice que para conocer a “Pulga” sería bueno comenzar por Simoca, porque “hay que conocer los interiores de las provincias”, de Tucumán, Santiago del Estero, Catamarca, Jujuy, su vida y sus carencias, y porque Luis Miguel, que viene de allí y que trabajó mucho para llegar donde llegó, le hablaba mucho de Simoca, la ciudad que se jacta de ser Capital Nacional del Sulky y que celebra todos los sábados una Feria mítica de pueblo donde hay de todo. Y que Pulga, me dice Zielinski, “ayuda mucho a Simoca”.

Emocionan en estas horas las imágenes de la fiesta histórica de Colón, campeón por primera vez en más de un siglo, los videos de abuelos shockeados, de Dady Brieva, de Los Palmeras y el “sabalero sabalero”. Emociona más porque Colón se rehízo tras la final de Sudamericana que perdió en Asunción contra el ecuatoriano Independiente del Valle, con Pulga -que ya había perdido a papá Pocholo- errando un penal, rumores de que quería irse y otra vez ese cierto odio clasista (algunos, veo en los foros, le decían “Punga” Rodríguez). 

Pulga lideró la nueva gran campaña del equipo que dirigió Eduardo Domínguez con un equipo que combinó veteranos y pibes del semillero. En la semifinal contra Independiente de Avellaneda, Pulguita anotó gol y asistencia, pero me impresionó una imagen en especial. Colón ganaba 1-0, faltaban pocos minutos y un tiro libre suyo derivó en peligroso contragolpe para el Rojo. Pulguita, que ya más veterano aprovecha su gran pegada para jugar en estilo Riquelme (“su mejor lugar en la cancha es libre, sin referencia”, me dice Zielinski), corrió sin embargo cuarenta metros en pique desesperado para evitar el posible empate. “Correr por el hambre y después por la gloria”, elogia a Pulga el diario español AS, citando al antropólogo y documentalista de fútbol David Mata. 

En la final del viernes (Colón terminó ganando 3-0 en gran exhibición) se lastimó y fue reemplazado. Acaso fue su último partido en Colón. Todos lo seguían mirando a él. Y él diciendo que “la gloria no tiene precio” y que “si tuviese un avión me iría volando a Simoca”. A su pueblo llegó el sábado por la noche. Caravana de motos, recepción en Unión Simoca y distinción del intendente: “Persona ilustre y embajador del deporte”. 

Wikipedia publica siempre el apartado “Personalidades” cuando describe a cada ciudad. En Simoca la enciclopedia dice que la personalidad de la ciudad es “Luis Miguel Rodríguez alias ‘Pulga’. Dios de los goles lindos”.